Una mecedora
en el porche

MUDDY WATERS BOOKS

El día que John Wayne invadió Harvard sobre un tanque

En 1974 John Wayne era uno de los grandes elefantes de Hollywood. En lo que iba de década había protagonizado seis westerns que trataban inútilmente de mantener vivo el espíritu tradicional de un género que películas como Pequeño gran hombre, Soldado azul o Grupo salvaje estaban dinamitando desde su mismo corazón. Los nuevos aires liberales de Hollywood hicieron que Wayne, conservador militante, se volviese aún más férreo en sus posturas políticas, con incendiarias declaraciones contra el movimiento de derechos civiles, las manifestaciones estudiantiles y, en general, cualquiera que se opusiera a la guerra de Vietnam. De hecho, llegó a dirigir una película proVietnam, Boinas verdes, que resultaba tan naíf que se antojaba irrisoria incluso para los más férreos defensores de la intervención estadounidense en el Sudeste Asiático.

A sus 66 años John Wayne se había convertido en el gran baluarte conservador de la meca del cine –llegaría a ser el primer actor en recibir la Medalla de Honor del Congreso–, pero la respuesta en taquilla de sus películas ponía de manifiesto que, si bien seguía siendo un actor popular, había perdido por completo la conexión con el público joven. Para este, de hecho, el actor había terminado convirtiéndose en una caricatura del propio héroe de la frontera que él mismo había forjado, alguien a quien era fácil parodiar y convertir en objeto de todo tipo de burlas en plenos setenta.

Y si había un foro en el que disfrutaban mofándose del viejo vaquero, ese era sin duda la redacción de The Harvard Lampoon, la revista satírica que se publicaba en el campus de la célebre universidad. Una de sus tradiciones era “retar” a personajes controvertidos, a los que habitualmente criticaban en sus páginas, a que acudiesen a Harvard para “debatir” con los alumnos; eran muy pocos los que aceptaban aquella encerrona. A finales del 73, John Wayne recibió la invitación.

El mayor fraude de la historia
En 1971 Wayne había rechazado el papel protagonista de Harry El Sucio por la crudeza sexual y violenta de la cinta, pero a tenor del éxito de la misma, su círculo íntimo le recomendó probar suerte con el policiaco. La primera de estas cintas fue la muy floja McQ (de John Sturges), cuyo estreno estaba previsto para enero de 1974. En el marco de su promoción, el actor recibió una carta demoledora de James Downey, el presidente de The Harvard Lampoon: “¿Se cree usted un tipo duro? Pues no es tan duro. Nunca ha leído minuciosamente volúmenes críticos sobre poesía imaginista. Nunca se ha ensuciado las manos con cinta de máquina de escribir y líquido corrector. Nunca ha tenido que hacer tres tesis y un examen parcial en un solo curso. Los pasillos de esta institución pueden no ser los pasillos de Montezuma y tal vez la hiedra no huela a artemisa, pero sabemos un par de cosas sobre agallas (…) Le desafiamos a venir a Harvard y estrenar esa nueva película suya justo en medio del territorio más intelectual, más tradicionalmente radical, en resumen, el más hostil del mundo”. Y remataba la misiva invitando a El hombre tranquilo a demostrar de este modo que no era “el mayor fraude de la historia”. Y contra todo pronóstico, John Wayne aceptó el desafío.

Tras la lectura de la misiva, el actor fetiche de John Ford redactó una respuesta que avanzaba el inesperado tono irónico de un evento que habría de sorprender a propios y extraños: “Lamento observar en su propuesta que existe una carencia importante de educación, aunque existe un destello de esperanza en el hecho de que sea consciente de ello… Estaré feliz de pasar por su campus de camino a Londres para visitar la universidad original cuyo nombre han asumido, y cuya educación y modales evidentemente no han podido comprar. Que el buen Dios le conserve con salud hasta que yo llegue allí”.

Haciendo gala de un más que generoso sentido del humor y de una seguridad en sí mismo a prueba de flechas comanches, el veterano actor movió sus contactos para preparar una entrada por todo lo alto en aquella meca universitaria. El 15 de enero de 1974, Wayne se presentó en el cuartel general del Lampoon en Bow Street, en Cambridge, después de “cabalgar” por Massachusetts Avenue en un carro de combate del Quinto de Caballería Blindada, seguido de otro carro y un jeep, todos movilizados desde Fort Devens, además de una limusina. Recorrieron todo el campus mientras la policía y miembros del ejército trataban de mantener alejados a los cientos de espectadores –estudiantes, periodistas, admiradores del actor y hasta un grupo de activistas indios– que se congregaron a lo largo de Harvard Square para asistir a tan singular espectáculo.

En lo alto de aquel carro de combate, con su 1,93 de altura, 102 kilos, abrigo largo, cigarro en boca y peluquín ondeante, el protagonista de Arenas de Iwo Jima y La patrulla del coronel Jackson saludaba, cigarro en boca, a cuantos le vitoreaban, le insultaban o le advertían: “¡No podrá escapar, le tenemos rodeado!”. Un grupo del movimiento Indio Americano intentó detener la comitiva cruzándose en medio de la calle, pero los propios organizadores los hicieron a un lado, dibujando con ello una sorprendente metáfora de la moral liberal burguesa estadounidense del momento.

A todos había sorprendido que el actor aceptase la invitación de Lapoon –cuyos miembros vestían de esmoquin y portaban rifles de plástico aquel día–, y nadie quería perderse el prometedor encuentro. Eso provocó importantes altercados a la puerta del auditorio de Harvard, en los que el propio actor resultó zarandeado. Una vez dentro, cuando los estudiantes preguntaron si se encontraba bien, El hombre que mató a Liberty Valance respondió con media sonrisa: “No me han herido de gravedad”.

Mujeres, caballos y un peluquín
“Venir aquí ha sido como ser invitado a cenar por los Borgia”, comentó John Wayne al comenzar el evento, en referencia a lo arriesgado de la cita. “Y conste que acepté acudir declinando la invitación para pasar un fin de semana en un rally de Jane Fonda”, remató, en referencia a la popular actriz, una de las mayores activistas contra la guerra de Vietnam. 1.600 personas aplaudían y reían cada ocurrente respuesta del actor en el auditorio de Harvard Square, expectantes ante una sesión de preguntas y respuestas de las que nadie tenía muy claro quién saldría “tiroteado”.

Tras una desternillante y nada delicada presentación, y un breve acto de la unidad del ejército que le había acompañado que le nombró coronel honorífico, John Wayne tomó la palabra y empezó por agradecer la invitación a un acto cuya participante anterior había sido Linda Lovelace (protagonista de la icónica cinta pornográfica Garganta profunda), a la que se refirió como “una actriz de inusuales talentos”. Entonces, comenzó “el duelo”:

“¿Es cierto que desde que perdió peso la hernia de su caballo ha mejorado?”
“Bueno, es verdad que mi peso era demasiado para el pobre animal. De hecho, acabamos enlatándolo en conserva y creo que es lo que habéis estado comiendo en The Harvard Club”.

“¿Qué piensa del movimiento de liberación de la mujer?”
“Pienso que tienen derecho a trabajar en lo que quieran… siempre que tengan la cena lista para cuando la necesitemos”.

“¿El presidente Nixon le ha ofrecido alguna vez sugerencias para sus películas?”
“No, todas han sido grandes éxitos”.

“¿Por qué no le gusta trabajar con tipos bajos en sus películas?”
“Porque es difícil alcanzarles bien en la boca cuando les zurras”.

“¿Es cierto que su peluquín es de pelo de pony?”
“¡No, es pelo de verdad! No es mío, pero es de verdad”.

“Se ve usted a sí mismo como una imagen del espíritu americano”.
“Hijo, a mi edad intento verme lo menos posible”.

¿Qué opina su caballo sobre el sexo en el cine? ¿Cuál fue el último libro que leyó, si es que hubo un primero? ¿Puede hacer una imitación de Ed Sullivan? ¿Es cierto que ha solicitado la separación de su caballo? ¿Qué opina sobre los estudiantes que fuman LSD?… Las preguntas se fueron sucediendo con la misma fluidez con la que Wayne las iba afrontando con frescas cargas de ironía y sarcasmo. Nadie había visto jamás a una estrella de su calado reírse de aquella manera de sí mismo, ofreciendo justamente el estereotipo que solían caricaturizar de él. Solo hubo unos pocos momentos incómodos, como cuando se abordó su vinculación con la caza de brujas del senador McCarthy y la delación de actores vinculados al movimiento comunista, cuestión ante la que por dos veces el actor dijo no escuchar bien la pregunta. El maestro de ceremonias supo salvar la situación: “Creo que le están preguntando si siempre usa faja o solo cuando actúa con actrices que podrían ser su hija”.

John Wayne vs. Superman
La cita que algunos definieron como un suicidio por parte del actor terminó siendo un rotundo éxito para su reputación y para la promoción de su nueva película. Wayne demostró que podía ser un conservador radical, pero no por ello un contertulio hostil. “Creo que pensaban que yo era un imbécil”, diría el actor: “pero cuando vieron que era un tipo honesto al hablar sobre mí, acerca de lo que pensaba, creo que me gané su respeto. Pasamos juntos toda la noche bebiendo. Supongo que fui el padre que nunca tuvieron”.

John Wayne fallecería cinco años después víctima de un cáncer con el que llevaba años batallando. El western andaba ya inmerso en un declive popular que sería rematado en 1980 con el estrepitoso fracaso de La puerta del cielo (Michael Cimino). Pese a todo, poco antes de fallecer en junio del 79, John Wayne concedía una entrevista en la que se mantenía férreo en sus convicciones: “Volarán muchos Supermanes bajo el cielo de América antes de que puedan hacerle sombra al cowboy”.

(Publicado originalmente por Javier Márquez Sánchez en Historia y Vida en agosto de 2021)